martes, 26 de mayo de 2009

Palabras de Concha sobre mi ciudad



Intervención de Isabel Pedrote en la presentación del libro


Creo que, por primera vez, me voy a referir sin contención a dos asuntos que me apasionan y que, sin embargo, me he visto obligada siempre a constreñir por razones profesionales y de oportunidad. Estos dos asuntos son Concha Caballero, mi amiga, y Sevilla, mi ciudad. En el primer caso ha pesado sobremanera mi condición de periodista y la mirada distante que se me exige y que, por cierto, cada día me cuesta más; y en el segundo, mi deseo de evitar ofensas innecesarias a las sensibilidades territoriales de cada cual, la mayoría de las veces instaladas en el terreno de las emociones, de las evocaciones, y por eso mismo tan fáciles de lastimar. Pero hoy no estoy aquí como periodista y, además, el libro va sobre Sevilla, así que fuera inhibiciones.
Conozco a Concha desde hace mucho tiempo. Para preparar la parte que me toca de esta presentación me metí en el sistema de documentación de mi periódico y aparecieron decenas de entrevistas y centenares de artículos a partir de los años 90, cuando Concha Caballero y su contagiosa y característica sonrisa eran el martillo pilón del director general de la RTVA de entonces en el Consejo de Administración del ente público.
Han pasado casi 20 años, su papel ha ido cambiando y creciendo, a la par que mi admiración por su talla política, su cultura, su manera de entender las relaciones sociales desde la pluralidad, el diálogo, la solidaridad, el respeto, la tolerancia y la honestidad. Quienes la hemos seguido en su larga y provechosa carrera, hemos visto a una mujer de una extraordinaria solidez luchando con muy pocas armas –al margen de las de su propio talento, que ya son muchas— en un campo extremadamente hostil, doblemente hostil, atenazado, de un lado, por el acelerado descenso de su fuerza política y lo que ello significa respecto a poder contar con un espacio público suficiente para hacerse oír, y de otro lado, por la propia dinámica de la maraña interna de Izquierda Unida.
Ahí, en los adentros de Izquierda Unida, Concha Caballero ha sido incompresiblemente incinerada en la pira de las envidias, los complejos y las miserias personales, donde arden tantas capacidades, especialmente la de las mujeres.
Eso no ha impedido que se vea su legado con claridad, su trabajo, la pujanza de sus ideas, las conquistas sociales y las muchas batallas ganadas. Por citar lo último, ahí está la reforma del Estatuto de Autonomía de Andalucía, que lleva el sello de Concha Caballero, y tan útil será para el futuro de esta tierra, de la que, por cierto, ella es, como yo, una completa convencida. Me refiero a la idea de Andalucía.
Pero del incendio de Izquierda Unida del que hablaba antes ha salido una Concha renovada que ha sido capaz de componer, y conseguir, un libro ambicioso, difícil, y que, sin embargo, bajo el tamiz de su escritura discurre con asombrosa sencillez. Porque esta obra tiene la virtud de hacer parecer fácil, liviano y manejable algo que no lo es en absoluto: como caminar sobre la historia de la literatura y de Sevilla a través de textos escogidos, de escenas, e hilarlas con una acompasada fluidez. Cuando se cierra la última página, un libro así parece obvio, pero no se había hecho, y sólo es imaginable en alguien perdidamente enamorada de la literatura y de la ciudad.
Natural de la Subética, de Baena (Córdoba), Concha deja traslucir en su libro su fascinación por Sevilla y por su fuerza simbólica, que es la de Andalucía. Ya se ha dicho antes por quienes me han precedido, junto con autores autóctonos conocidos y ligados a esta ciudad, como Bécquer, Cernuda o Machado, Concha nos trae testimonios sorprendentes, cuya relación con Sevilla yo, al menos, desconocía por completo: Dostoiveski, Chesterton, Sthendal, Dante, Lord Byron, Santa Teresa de Jesús o Julio César. Alucinante. Hay que saber mucho de literatura para hacer esto.
Yo soy, al igual que Concha, una emigrante coyuntural al Aljarafe, por motivos económicos y familiares, y aprovecho para adherirme a la sentida declaración de amor que rezuma este libro hacia a Sevilla, tan injustamente vapuleada en los últimos tiempos por el discurso oportunista del centralismo sevillano --ni que Sevilla hubiera nacido cuando se creó la Junta--. Me sumo, digo, a su belleza, su voluptuosidad y su poder de evocación, lejos de los tópicos que los cronistas oficiales nos imponen desde sus recuadros con olor a incienso y dogma, como si sólo hubiera una forma (la de ellos) de vivir y querer a Sevilla.
Sevilla, ciudad de las palabras es una prueba palpable de lo que digo, de cómo las surtidas referencias de los mejores autores de la literatura nacional e internacional evidencian las muchas caras, las muchas lecturas, la trascendencia y la profundidad de Sevilla.
Pero volvamos a Concha. Como dije al principio, por primera vez, hablo de mi amiga sin poner barreras, porque en los 20 años que nos hemos estado tratando la tiranía periodística se ha impuesto en lo publicado, o eso es lo que me parece a mí, otros dirán que se me ha visto el plumero. En el último lustro en nuestras conversaciones cada vez han ido ganando espacio los temas que nada tenían que ver con Izquierda Unida y sus cansinos “debates sin límites”, a los que, no obstante, hemos sacado toda la punta que hemos podido con retratos mordaces y golpes de humor, que tanta falta hace. En más de una ocasión me he dado cuenta, después de estar hora y media colgada al teléfono con Concha, que no le había preguntado lo que pretendía y el tiempo se nos había ido en pasar revista a lo divino y lo humano.
Desde que se retiró de la primera línea de la política, Concha tiene un blog en Internet que es toda una demostración de lo que es la inteligencia poética, el buen escribir y mejor pensar, que a muchos ha dejado estupefactos. A mí no. Yo ya sabía lo bien que escribe porque me había dejado leer algunos de sus cuentos, que espero que a partir de ahora se multipliquen, y que se atreva también a saltar a la novela.
En un texto que le pidieron sobre sus vivencias durante la transición y los años previos al final de la dictadura franquista, Concha compendia en un párrafo con extraordinaria potencia evocadora y visual la metamorfosis que experimentó entonces y que puede ser la metáfora de la que afronta ahora. Habla en ese texto de que la muerte oficial de Franco fue en noviembre de 1975, pero para muchos había ocurrido años antes y para otros todavía está vivo. “En mi casa”, escribe, “Franco se murió el día en que, cuatro años atrás, con apenas catorce años, volví de estudiar en la laboral de Zaragoza vestida con una minúscula minifalda, un abrigo abierto y largo hasta los pies, y unas enormes gafas de sol en pleno invierno. Mi larga melena había desaparecido y en su lugar había un pelo cortísimo y despeinado. Ese día anunciaba problemas, según mi padre, y según confirmaron los tiempos. La dulce y aplicada hija había cambiado. ‘Es otra’, decían, y yo repetía en mi interior con secreto regocijo, ‘soy otra”.
Pues bien, aquí, en este libro, tienen (tenemos), a la otra Concha Caballero, la escritora. Espero que, como a mí, les guste incluso más que la política.

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