sábado, 11 de julio de 2009

Artículo de opinión J.L. Montoya

Jose Luis Montoya publica en ABC esta columna de opinión:

El conocido dicho «el hombre propone y Dios dispone» podría traducirse en periodismo como «el periodista se propone y las inmediatez de las informaciones disponen», pues hay veces que desea uno comentar algo, pero al poder irlo dejando para más adelante, otras noticias perentorias obligan a que ese más adelante se convierta en más tiempo del debido, que es lo que me ha sucedido a mí con «Sevilla. Ciudad de las palabras», libro de Concha Caballero, mujer muy conocida por su dedicación durante muchos años a la política, de la que está retirada en cuanto a ostentar cargos, y que ahora ha retomado sus actividades literarias, pues no olvidemos que en su vida civil y profesional es profesora de Lengua y Literatura en un instituto de la provincia de Sevilla.
¿Que de qué va la obra? Pues verán: se trata de que Concha se ha dedicado a leer y recopilar textos de escritores tanto sevillanos, como españoles de otros lares y de los mil confines del mundo —a los que hace su aportación personal—, pero cuyos contenidos tienen el denominador común de que hablan de Sevilla; y para que se hagan una idea, por ejemplo y por referirme sólo a los extranjeros, figuran de Lord Byron, Rilke, Pushkin, Chesterton, Sthendal, Dante, Dostoievskio Víctor Hugo.
Vamos, que es un «inventario sevillano», según el prologuista, Luis García Montero, que «sirve para conocer la historia de la ciudad, para ponernos frente a sus metáforas y para responsabilizarnos de ellas sin dogmatismos...», a lo que yo añado que es, además, un trabajo, amén de interesante, que ha requerido de muchísimas horas de investigación y lectura.
Sábado, 11 de julio 2009

miércoles, 8 de julio de 2009

El jardín


Opinión Antonio Hernández Rodicio, director de El Correo de Andalucía

Si son ustedes de los que seleccionan con especial mimo las lecturas de verano, permítanme una recomendación encarecida: Sevilla, ciudad de las palabras, de Concha Caballero (RD editores). Aparte de ser uno de los libros mejor escritos que he leído en tiempo, es una joya que no deben perderse. El recorrido literario por Sevilla quita el aliento. Es imposible no deparar en cómo la belleza de la ciudad y de modo especial sus jardines, su naturaleza, deslumbraba a cuantos la visitaban y tenían la suerte de habitarla, muchos de ellos convencidosde haber llegado al Edén, como afirma la autora. “Recordando mi dulce paraíso perdido/lo que me rodea se convierte en desierto y soledad/ la soberana pompa del caudalosos Nilo/ se eclipsa ante la gloria del Gran Guadalquivir”, escribiría el historiador andalusí Ibn Said al-Magribí en el siglo XII, desde Egipto. Cuatro siglos después, el escritor Andrea Navagero viene a Sevilla como embajador de Venecia y le coge rápido el aire a la cosa:

“Un poco distante de la orilla hay unas colinas bellas y fertilísimas, llenas de naranjos, limoneros y cidros y de toda clase de frutas delicadísimas, debido todo lo más a la naturaleza que al arte, porque la gente es tal que pone en esto poquísimo cuidado”.

En pleno relato de la Inquisición, Concha Caballero, ha seleccionado un pasaje de Dostoievski en el que entrela negritud siniestra que sobrecoge al propio Papa Sixto IV –“proceden sin observar ningún orden de derecho, encarcelan a muchos injustamente, les someten a duros tormentos, les declaran herejes y expolian sus bienes de lo que han matado”– desliza la hermosura sensible y aterciopelada que destila la ciudad:

“Muere el día, y una noche de luna, una noche española, cálida y olorosa a limoneros y laureles, le sucede”.

Blanco White anhelará desde Liverpool“ la fragancia de las auras, los murmullos de las fuentes, el hálito delos naranjos que casi trastorna los sentidos (..) cuánto realce les da la misteriosa estrechez de un jardín morisco”.

Rubén Darío hallaba “rosas en el invierno”sevillano y Cernuda recordaba el Jardín Antiguo: “En aquel jardín,sentado al borde de una fuente, soñaste un día la vida como embeleso inagotable.La amplitud del cielo te acuciaba a la acción; el alentar de las flores, las hojas y las aguas, a gozar sin remordimientos”.

martes, 7 de julio de 2009

Entrevista el País "Sevilla se construye desde el exilio"

Esta es la entrevista, realizada por Román Orozco, que se publica en El País:

ENTREVISTA: CONCHA CABALLERO Ex portavoz de IU en el Parlamento andaluz y escritora

"Sevilla se construye desde el exilio"

ROMÁN OROZCO - Sevilla - 06/07/2009

Ciudad de hampones y prostitutas, liberal y sensual, fanática y luminosa, holgazana y literaria. Todo eso y mucho más es lo que ha encontrado Concha Caballero a lo largo de años en las docenas de libros que ha leído y que le han servido para escribir Sevilla, ciudad de las palabras(Rdeditores).

La ex portavoz de Izquierda Unida en el Parlamento ha encontrado en la literatura un territorio "más agradecido" que la política. Ahora, en lugar de diputados, tiene alumnos a los que transmite su pasión por la lectura. Y aunque nacida en Baena (Córdoba), se confiesa enamorada de Sevilla, ciudad a la que llegó en los primeros años ochenta. Fruto de esa pasión es este libro, uno de los grandes triunfadores de la Feria del Libro de Sevilla.

Pregunta. Luis García Montero escribe en el prólogo de su libro que "la ciudad es un paisaje sentimental" y usted sostiene que Sevilla es la ciudad más literaria.

Respuesta. Desde los escritos de Julio César, a los poetas andalusíes, el Siglo de Oro, los escritores realistas o los románticos ha habido en esta ciudad una persistencia literaria que quizás otras ciudades no han conseguido.

P. Todos los que tienen que exiliarse, la añoran. De Al Mutamid a Cernuda. "Ojalá dios decida que muera en Sevilla", escribe el poeta andalusí.

R. Sevilla es una ciudad construida desde el exilio y la añoranza. Cernuda y los poetas andalusíescomparten que ambos la convierten en el paraíso perdido. Una metáfora del sur, de la infancia, de los tiempos felices, del tiempo sin tiempo, como dice Cernuda. Qué felicidad cuando eras niño y toda la vida te cabía en una hora...

P. A otros les produce rechazo. Escribe Santa Teresa: "Qué se le ha perdido a Dios en esta ciudad del demonio". Y habla de las injusticias y la doblez de Sevilla...

R. Sí, produce rechazo en sevillanos y en gente de fuera. Cuando Santa Teresa viaja a Andalucía, llega primero a Córdoba y se enfada por el ruido que hay en la iglesia. Pero descubre que en Sevilla ese ruido se acrecienta y la gente pecaba mucho. Decía, "aquí el demonio tiene las manos muy largas". Es un sentimiento del castellano ante la superficialidad que se le atribuye a esta tierra. De alguna manera, eso también lo piensa Antonio Machado cuando dice: "es la tierra del señorito, y yo no quiero ser de allí".

P. En su libro reproduce estos versos de Machado: "Sevilla y su verde orilla / sin toreros ni gitanos / Sevilla sin sevillanos / ¡Oh maravilla!"

R. Aunque también Machado añora la Sevilla de su infancia y del patio, no quiere saber nada de la Sevilla ociosa y vana. La del casino, la del señorito que mata el tiempo.

P. Lope de Vega habla de "la ciudad de la Inquisición y de la prostitución, de grandes fortunas y del hampa organizada" y Cervantes añade que "todo está permitido en esta ciudad, excepto ser hereje, sodomita o parricida". ¿Ciudad religiosa o golfa?

R. El mito de la ciudad mariana de Sevilla se funda sobre arenas movedizas. En realidad, ésta era una ciudad golfa, pecadora, contradictoria. Además de los sevillanos, hay aventureros de todo el mundo. Es la ciudad del crimen y también una ciudad muy popular.

P. También es una ciudad capillita. ¿Hay dos Sevillas?

R. Si uno se acerca, no tanto. Hay un sentimiento de que los sevillanos se codean con los dioses, como escriben algunos autores extranjeros. Entablan una extraña familiaridad con las cosas divinas. La religión se vive de una manera distinta al norte. Es más un disfrute.

P. Para Blanco White, ciudad fanática. Escribe: "Del fanatismo y la ambición aborto / los que tenéis raíces en el cielo / nunca podéis dejar en paz el suelo".

R. Sevilla es la madre de los mejores pensadores de la Ilustración, anteriores a Blanco White. Es una ciudad capaz del mayor fanatismo, pero también de la mayor critica a la religión. El mismo Blanco se pregunta cuando se está discutiendo la Constitución de Cádiz "cómo puede un país conciliar la libertad con un único credo".

P. Hablando de libertad. Gertrudis Gómez de Avellaneda habla de que "entre tradiciones, prejuicios y veladuras, hay en Sevilla un selecto ambiente cultural en el que algunas mujeres ejercen su libertad". Además de salones literarios, existen "casas que acogen amores clandestinos". ¿Se puede generalizar esa libertad de la mujer?

R. El ambiente en el que se movía Gertrudis era exclusivo, Aunque quizá había cierta libertad en la mujer del pueblo llano. No en las clases medias.

P. Pierre Louys habla tras su visita a la Fábrica de Tabacos, "verdadero harén", de las mujeres que hacían sus cigarros con los pechos al aire, y se emociona con el "admirable cuerpo femenino, de esos que en verdad no se encuentran fuera de España".

R. Sí, lo escribe él y otros románticos. Las cigarreras eran mujeres de vida libre, ganaban su propio sustento, y tenían mayor grado de libertad.

P. Stendhal escribe sobre "las encantadoras andaluzas de tan vivo y tan ligero andar".

R. Hay una cierta admiración por la libertad y la sensualidad de las mujeres andaluzas que trabajaban en las factorías, entre ellas la Fábrica de Tabacos, que hacían un alarde de su sensualidad bastante desconocida en esa época.

P. Los que se van, como Bécquer, añoran mucho Sevilla y detestan su nuevo lugar. Escribe sobre Madrid que es "sucio, negro, feo como un esqueleto descarnado". Una de las heroínas de Emilia Pardo Bazán se separa de su marido porque es incapaz de sentir la belleza de la ciudad...

R. Sí, Gladys Stanton, protagonista de Por España, llega a la conclusión de que una ruptura estética es peor que una sentimental. Abandona al marido por su frialdad nórdica. Esa idea la repiten otros escritores realistas. Algunos la exaltan incluso sin conocerla. Era una ciudad muy cantada en la literatura.

P. Rubén Darío la ve como una ciudad melancólica.

R. Porque había leído a Juan Ramón Jiménez, que se definía como un andaluz triste. Rubén conecta con algo que también se encuentra en Manuel Machado, la Andalucía que ríe pero que tiene una parte triste detrás. Manuel escribe que a todos nos han cantado en una noche de juerga versos que nos han matado. Rubén es el primero que percibe el trasfondo triste que hay detrás de la manzanilla. Y Cernuda escribe que "el sur es un desierto que llora mientras canta".

sábado, 6 de junio de 2009

La demofobia cultural



Francisco Garrido

A propósito del reciente libro de Concha Caballero ( “Sevilla Ciudad de las palabras”), que recomiendo a toda persona interesada por la cultura andaluza , amante de la literatura y a todos y todas a las que les guste el gusto; creo que es necesario analizar el auge de una fuerte tendencia demofóbica contra la cultura popular andaluza. En este libro de Concha Caballero y por “mano interfecta” de otros textos literarios (esta es la forma más elegante de expresar las opiniones muy sentidas) se apunta una teoría de la cultura andaluza que creo de una validez y brillantes inusuales. El libro de Concha Caballero es una fenomenología tan alejada de la metafísica esencialista de lo andaluz como del desprecio y la ignorancia de las supuestas élites ilustradas. Contrasta esta visión de Andalucía, con mucho de lo que se dice y escribe en la opinión publicada andaluza y española, donde bajo una supuesta carga crítica se esconde un discurso cargado no sólo de tópicos sino de falsedades y manipulaciones.
Casi todas estas visiones “críticas” de Andalucía insisten y coinciden en un ataque permanente al fabuloso capital simbólico (rituales colectivos, fiestas, expresiones artísticas tradicionales etc) de nuestra tierra. La tesis central es la siguiente: “Aquí no se investiga, no se innova o se tiene una baja tasa de productividad, por que estamos ensimismados en unos rituales simbólicos colectivos que lo impiden”. Esta es una opinión muy extendida, y sospechosamente también muy publicada, entre los “homo academicus” , las gentes de la “Gran Cultura” y los medios de comunicación supuestamente ilustrados. Esta reacción dentro de estos grupos sociales es comprensible como un ataque de celos ante la falta de protagonismo de clase que les correspondería frente al protagonismo popular que estos rituales y prácticas colectivas comportan, Recomiendo leer los análisis de Pierre Bordieu sobre el enmascaramiento de las distinciones de clase como distinciones culturales (más o menos cultura) en las sociedades tardomodernas. La esencialización de esta tesis nos conduciría a la teoría de la vagancia innata del andaluz, de un racismo retrogrado, y que tanto eco tuvo en los siglos XIX y XX.
Resumiendo hay gentes que creen ( o que nos quieren hacer creer) que si disminuyera el número de hermandades del Rocío, de peñas flamencas o de chirigotas carnavalescas habría mucha más investigación en física de partículas, subiría el número de patentes en nanotecnología o todos seriamos amantes de la música dodecafónica. Como si en aquellos lugares que no tienen un capital simbólico tan rico y tan vivo como el nuestro la gente mata el tiempo libre leyendo La Crítica de Razón Pura, ensayando nuevos materiales sintéticos o discutiendo sobre las diversas metalecturas del Lezama Lima de Paradiso.
Pero lo peor no es que haya infelices (por que infelices son al tener que vivir rodeados de tanto atraso inculto) , que creen esto sino que existen otros que usan esta “Infelicidad de clase” , para difundir una demofobia , contra todo lo que huela a cultura popular andaluza . La difusión continua de estas falsas ideas demofóbicas persigue la reducción de toda diversidad cultural que no esté sometida al dictum político español o al dictum del mercado. Hoy la amenaza contra la pluralidad es mayor que nunca y el peligro de uniformización cultural, una de la formas mas radicales y severas de empobrecimiento, es algo más que una amenaza.
Pero vayamos a analizar los componentes de la tesis en cuestión. En el último ranking publicado de universidades españolas la universidad pública que ocupa el primer lugar es la universidad de Córdoba. ¿Cómo es posible que eso sea así con tanto patio de mayo y tantas peñas y peroles? Misterio…. Como misterioso es saber cómo es posible que la universidad de Granada ocupe el cuarto lugar en ese mismo ranking . Y qué me dicen del hecho que la Universidad Pablo Olavide de Sevilla detente uno de los primeros lugares en investigación en biotecnología y en neurociencias ( dos ramas de la investigación actual claramente marginales, como todos sabemos…) ¿ Pero en Sevilla hay tiempo para investigar sobre los circuitos neuronales o sobre genética con tanta fiesta?. Podría citar otros ejemplos pero me quedo con estos y con que somos pioneros mundiales en la investigación sobre energías renovables y en agricultura y producción ecológica.
En cuanto a la productividad nada tiene que ver con el capital humano. En Andalucía hay ya más estudiantes universitarios por habitante que en Cataluña. La productividad no es un problema de la formación del capital humano sino de la especialización de los sectores productivos. La productividad en factorías industriales andaluzas es la misma o superior ( FASA RENAULT, CASA , etc) a la media estatal. El problema reside en La estructura productiva andaluza .Estamos especializados en dos sectores (construcción y servicios) que implican un alto nivel de consumo de recursos y un bajísimo nivel de incorporación de innovaciones tecnológicas. En lo tocante al volumen de trabajo todas las encuestas de uso del tiempo indican que en Andalucía es una comunidad media , tirando hacia arriba, en cuanto al número de horas trabajadas. Según la Encuesta de Costes Laborales del INE la media española de “horas de trabajo efectivo” es de 136 horas , Andalucía esta en 137 por encima de Cataluña ( 135 horas ) e igual que Madrid ( 136 horas ), parece que aquí tampoco tienen mucha influencia las fiestas.
Otro indicador en el que se insiste para resaltar el atraso andaluz es en el alto índice de fracaso escolar. Pero el fracaso escolar tampoco tiene nada que ver con nuestro capital simbólico. ni con otras tonterías como eso del “déficit de la cultura del esfuerzo” como si hubiera menos esfuerzo en trabajar en la construcción o de camarero que en estudiar secundaria o una carrera universitaria. El fracaso escolar depende del nivel económico de la familla, del nivel de formación de los padres y del género, Un chaval que viva en una familia de renta baja, cuyos padres no tengan formación académica tiene muchas más probabilidades de fracaso que otro que tenga mejores condiciones. Si en Andalucía hay más fracaso escolar es por que hay más paro, más pobreza y arrastramos déficit de formación en épocas anteriores.
Por tanto, ninguno de los males descritos (sean reales o no ) obedecen a las causas culturales que el discurso demofóbico señala. ¿Cuál es entones la finalidad de este discurso que enfrenta cultura popular y progreso? Desviar la atención sobre los problemas y causas reales (la pobreza , la desigualdad, la dependencia ,la insostenibilidad) y concentrar los esfuerzos reformistas en nuestra autodestrucción como pueblo. Con ello matan dos pájaros de un tiro: desvían cualquier critica social radical (orientándola hacia falsos problemas) y desactivan formas autónomas de felicidad colectiva que no están convenientemente uniformadas y filtradas por la maquina de multitudes dispersas que es el consumo de masas.
He de aclarar que cuando hablo de intencionalidad no me refiero a ningún plan diseñado del que forman parte inconscientemente miles de personas. No, me refiero a la lógica interna de los procesos sociales que convierte algunas ideas erróneas que tienen algunos individuos en discursos sociales dominantes. La ideología neoliberal dominante selecciona, de forma cuasi automática, aquellas ideas y discursos que favorecen la expansión de su lógica interna y el cumplimiento de sus objetivos. Y esto es así independiente de cuál fuera la intencionalidad original e individual de aquellos que escriben y publican en este sentido.
Nuestras fiestas, rituales, formas artísticas , prácticas comunitarias producen felicidad para todos , son en términos económicos , un ejemplo perfecto de un “ bien público”. Y ya se sabe que piensa el neoliberalismo sobre los bienes públicos. Nuestro capital simbólico disputa , con gran vigor por cierto, el monopolio de la producción de felicidad que detenta el mercado y el consumo de masas. Y esa competencia es hoy algo que no se perdona. Por eso se alientan y se publican opiniones y actitudes demofóbicas que pretenden enfrentar cultura popular y progreso., identidad y libertad, ritos colectivos y modernidad.
¿Significa todo lo que aquí hemos dicho que no debamos ser críticos con nuestro capital simbólico? Claro que no, la crítica es la condición de posibilidad de la adaptación y el cambio de nuestras formas culturales. La forma más eficiente y honesta de defender y proteger la pervivencia de la diversidad cultural es mediante la crítica por qué solo así podemos sellar la alianza imprescindible entre continuidad y cambio que dota de sentido y de utilidad evolutiva a las identidades colectivas. Pero para que la crítica sea efectiva ha desenmascarar esta “falsa conciencia” de la supuesta crítica demofóbica . En la guerra cultural por la libertad y la diversidad los memes del pluralismo y de la cultura popular han de imponerse a los memes de la uniformidad y la demofobia.

martes, 2 de junio de 2009

Prólogo de Luis García Montero


Leer la ciudad

Baudelaire nos enseñó en sus poemas sobre París que todas las ciudades son una alegoría. Una ciudad es un paisaje sentimental que hace a sus habitantes. Luego se deshace, y deja a sus criaturas condenadas a pasear entre ausencias. Su código está marcado por la velocidad, por el tiempo fugaz que todo lo fabrica para que todo se desvanezca en el aire. Pero desvanecerse significa con frecuencia permanecer en forma de recuerdo. Por eso los caminantes urbanos recorren un doble sendero, pisan una realidad de aceras, edificios, piedras, y otra de sugerencias, ecos, borraduras, fantasmas y desapariciones. Junto a las huellas del paseante solitario pueden percibirse las sombras de otras huellas. Las ciudades no sólo se ven, sino que se leen, se interpretan, se intuyen, se conservan dentro de una mirada. Cuando leemos, hacemos que los argumentos de los libros convivan con el mundo que nos circunda. Del mismo modo, al pasear por la ciudad, conviven en los ojos de sus habitantes la evidencia del mundo exterior y el paisaje íntimo de lo desaparecido.

En el primer capítulo de este libro, Concha Caballero escribe lo siguiente: “La literatura no es historia, no es por tanto real, en el sentido estricto de la palabra, pero construye escenarios, vivencias, mitos”. En efecto, la literatura crea una mirada, da sentido a los horizontes, nace de la historia e interviene en la historia al convivir como un recuerdo íntimo o social con los paisajes. La literatura crea escenarios y acompaña a los paseantes en sus recorridos por la ciudad. Los pasos son tan alegóricos como reales. Gracias a la literatura, conocemos muchas ciudades en las que nunca hemos estado. Gracias a la literatura, la mirada sobre las ciudades que mejor conocemos se carga de historia, de profundidad, de sentido.

El libro de Concha Caballero es recomendable, inteligente y útil. En primer lugar, es la obra de una lectora apasionada, algo imprescindible cuando se trata de leer una ciudad. Los capítulos caminan sobre la historia de la literatura a través de escenas elegidas con notable acierto. El libro sobre Sevilla se convierte en una perpetua invitación a la lectura, porque nos invita a ver y recordar. Al Mutamid evoca en el exilio el jardín de su felicidad y el estanque en el que se reflejó su amor. Andrea Navagero ejerce de cortesano imperial en una ciudad renacentista especializada en celebraciones. Fernando de Herrera no puede ocultar el orgullo de pertenecer a una Andalucía ancha, rica en poesía, con sus vocablos particulares, que nadie debe reducir al lenguaje de los Condes de Carrión. Teresa de Cepeda duda de la ciudad, y teme que la Inquisición se atraviese con cualquier motivo en el corazón de sus fundaciones. Un retrato de Voltaire preside las tertulias de Pablo Olavide, el ilustrado que procura reivindicar el teatro y acabar con la superstición y las prohibiciones clericales. Blanco White siente, en su exilio de Liverpool, la tentación de escribir unas seguidillas. Pushkim recuerda en el Caúcaso un poema juvenil sobre el Guadalquivir. Los hermanos Quintero imaginan una Andalucía sin quebraduras, mientras rellenan impresos en una oficina madrileña del Ministerio de Hacienda. Juan Ramón Jiménez envidia al hortelano de la calle Ruiseñor que vigilaba la salud de sus hortensias incluso después de haberlas vendido. Romero Murube enseña el kimono que vestía García Lorca en sus visitas al Alcázar. Son escenas que nos sitúan de golpe dentro de la historia y nos invitan a recordar.

Mientras vamos conociendo la literatura de Sevilla, sentimos el deseo de leer y releer, de volver a las páginas de El diablo cojuelo de Vélez de Guevara o a los poemas nocturnos de Manuel Machado. Basta con un simple inventario, y en el libro de Concha Caballero se hace inventario, para asombrarnos ante la fuerza literaria e histórica de una ciudad que aparece y se impone en los poetas andalusíes, en la poesía de los siglos de oro, en las pesadumbres ilustradas, en los azares románticos de don Álvaro o don Juan, en las aventuras románticas de Lord Byron o Teophile Gautir, en las angustias de Dostoyevski, en los viajes de novios de la novela realista española, en el lirismo evocativo de Juan Ramón Jiménez o en muchos de sus herederos, esos jóvenes poetas, a mitad de camino entre la seriedad y la travesura perpetua, que se reunieron en una fotografía y en una ciudad para homenajear a Góngora cuando acababa el año 1927. Lo cercano suele cubrir el pasado, como el árbol primero oculta el bosque. Pero si es asombrosa la fertilísima presencia de poetas sevillanos como Gustavo Adolfo Bécquer, Antonio Machado o Luis Cernuda en la literatura española y en la educación sentimental contemporánea, asombrosa es también la presencia de Sevilla a lo largo de los siglos en la mejor cultura nacional e internacional. Lo demuestra el libro de Concha Caballero. Además, de demostrarlo, nos invita a vivirlo por dentro. Por eso es una invitación permanente a la lectura.

Concha Caballero es conocida como una de las políticas andaluzas de voz más independiente, honrada y singular. Su acercamiento a la lucha ideológica se produjo no sólo por el espectáculo que le ofrecieron las injusticias y las precariedades de la realidad, sino por su amor a los libros. Profesora de literatura, seguidora de la escuela teórica encabezada en España por Juan Carlos Rodríguez, se preocupó desde muy joven por descubrir las relaciones que se establecen entre la historia, las palabras y los sentimientos. Su educación literaria facilita que el recuerdo de los escritores sea inseparable del conocimiento de su realidad, de su historia, de su ciudad. Hablar sobre los escritores de Sevilla es hablar sobre la ciudad, indagar la elaboración de su sentido cultural, ese patrimonio de recuerdos que nos acompañan cuando caminamos por sus calles. Sevilla no es sólo un lugar, es también un sueño, una metáfora. Pero esa metáfora está llena de historia, ha sido moldeada por ojos que necesitaron entender la realidad.

La concepción ideológica de Andalucía, con Sevilla en el corazón, ha facilitado diversas lecturas que van desde las evocaciones paradisíacas hasta la descripción seca de la miseria. Los extremos marcan una Andalucía romántica, dueña de una pasión y una sensualidad que no dudan en hacerse razón de vida, y la Andalucía del hambre, arañada por las desigualdades, la soberbia fermentada de los señoritos y la indolencia campesina. Las definiciones teóricas del espíritu andaluz han abierto perspectivas para todos los gustos, pero no ha sido extraña la costumbre de evitar contradicciones, de borrar matices a la hora de elegir. Quienes buscaban el edén se sentían más cómodos al olvidar la miseria de los otros, o al tratarla como una compañera inevitable de sus propias aventuras. Quienes denunciaban los atrasos históricos y los lastres del Antiguo Régimen, no se molestaban en preguntarse por la utilidad no industrial de la belleza, la sensualidad, la lentitud y el amor por la calle.

La imagen de Sevilla y Andalucía que nos ofrece Concha Caballero no remarca al final del libro una conclusión sociológica, ni una propuesta moral. Pero se va filtrando a lo largo de sus páginas y sus escenas literarias como un sentimiento que no quiere ni puede separarse de la conciencia. Su meditación sobre la metáfora del Sur se atreve a romper los extremos, y evita la trampa de los que confunden el progreso con un desarrollismo capaz de devorar los valores humanos más profundos. Porque esos valores son tal vez ajenos a las sociedades del frío positivista y a las prisas de una mentalidad industrial controlada segundo a segundo por los relojes, pero no son incompatibles con el futuro. La atenta mirada de Concha Caballero observa la realidad, toma conciencia de las precariedades y defiende, al mismo tiempo, la ilusión de una rebeldía sensual, callejera, descarada, tan bulliciosa como lenta. Asume la intimidad del tiempo preciso que se necesita para atender a la belleza, y al amor, y a la alegría, y a la presencia de los otros. Sentir la fiesta no supone un desconocimiento del dolor. La Andalucía de Concha Caballero desconfía del productivismo deshumanizador y de la prepotencia del lujo, para mantenerse leal a un futuro compartido.

Todos los prólogos son una conversación, un diálogo entre el autor y su primer lector convencido. Este prólogo quiere, además, ser un consejo. Te aconsejo, curioso lector, que disfrutes del libro de Concha Caballero. Su inventario sevillano sirve para conocer la historia de la ciudad, para ponernos enfrente de sus metáforas y para responsabilizarnos de ellas sin dogmatismos, supersticiones o falsas promesas de pintoresquismo aguado. Es la responsabilidad propia de los buenos lectores.

Luis García Montero

martes, 26 de mayo de 2009

Palabras de Concha sobre mi ciudad



Intervención de Isabel Pedrote en la presentación del libro


Creo que, por primera vez, me voy a referir sin contención a dos asuntos que me apasionan y que, sin embargo, me he visto obligada siempre a constreñir por razones profesionales y de oportunidad. Estos dos asuntos son Concha Caballero, mi amiga, y Sevilla, mi ciudad. En el primer caso ha pesado sobremanera mi condición de periodista y la mirada distante que se me exige y que, por cierto, cada día me cuesta más; y en el segundo, mi deseo de evitar ofensas innecesarias a las sensibilidades territoriales de cada cual, la mayoría de las veces instaladas en el terreno de las emociones, de las evocaciones, y por eso mismo tan fáciles de lastimar. Pero hoy no estoy aquí como periodista y, además, el libro va sobre Sevilla, así que fuera inhibiciones.
Conozco a Concha desde hace mucho tiempo. Para preparar la parte que me toca de esta presentación me metí en el sistema de documentación de mi periódico y aparecieron decenas de entrevistas y centenares de artículos a partir de los años 90, cuando Concha Caballero y su contagiosa y característica sonrisa eran el martillo pilón del director general de la RTVA de entonces en el Consejo de Administración del ente público.
Han pasado casi 20 años, su papel ha ido cambiando y creciendo, a la par que mi admiración por su talla política, su cultura, su manera de entender las relaciones sociales desde la pluralidad, el diálogo, la solidaridad, el respeto, la tolerancia y la honestidad. Quienes la hemos seguido en su larga y provechosa carrera, hemos visto a una mujer de una extraordinaria solidez luchando con muy pocas armas –al margen de las de su propio talento, que ya son muchas— en un campo extremadamente hostil, doblemente hostil, atenazado, de un lado, por el acelerado descenso de su fuerza política y lo que ello significa respecto a poder contar con un espacio público suficiente para hacerse oír, y de otro lado, por la propia dinámica de la maraña interna de Izquierda Unida.
Ahí, en los adentros de Izquierda Unida, Concha Caballero ha sido incompresiblemente incinerada en la pira de las envidias, los complejos y las miserias personales, donde arden tantas capacidades, especialmente la de las mujeres.
Eso no ha impedido que se vea su legado con claridad, su trabajo, la pujanza de sus ideas, las conquistas sociales y las muchas batallas ganadas. Por citar lo último, ahí está la reforma del Estatuto de Autonomía de Andalucía, que lleva el sello de Concha Caballero, y tan útil será para el futuro de esta tierra, de la que, por cierto, ella es, como yo, una completa convencida. Me refiero a la idea de Andalucía.
Pero del incendio de Izquierda Unida del que hablaba antes ha salido una Concha renovada que ha sido capaz de componer, y conseguir, un libro ambicioso, difícil, y que, sin embargo, bajo el tamiz de su escritura discurre con asombrosa sencillez. Porque esta obra tiene la virtud de hacer parecer fácil, liviano y manejable algo que no lo es en absoluto: como caminar sobre la historia de la literatura y de Sevilla a través de textos escogidos, de escenas, e hilarlas con una acompasada fluidez. Cuando se cierra la última página, un libro así parece obvio, pero no se había hecho, y sólo es imaginable en alguien perdidamente enamorada de la literatura y de la ciudad.
Natural de la Subética, de Baena (Córdoba), Concha deja traslucir en su libro su fascinación por Sevilla y por su fuerza simbólica, que es la de Andalucía. Ya se ha dicho antes por quienes me han precedido, junto con autores autóctonos conocidos y ligados a esta ciudad, como Bécquer, Cernuda o Machado, Concha nos trae testimonios sorprendentes, cuya relación con Sevilla yo, al menos, desconocía por completo: Dostoiveski, Chesterton, Sthendal, Dante, Lord Byron, Santa Teresa de Jesús o Julio César. Alucinante. Hay que saber mucho de literatura para hacer esto.
Yo soy, al igual que Concha, una emigrante coyuntural al Aljarafe, por motivos económicos y familiares, y aprovecho para adherirme a la sentida declaración de amor que rezuma este libro hacia a Sevilla, tan injustamente vapuleada en los últimos tiempos por el discurso oportunista del centralismo sevillano --ni que Sevilla hubiera nacido cuando se creó la Junta--. Me sumo, digo, a su belleza, su voluptuosidad y su poder de evocación, lejos de los tópicos que los cronistas oficiales nos imponen desde sus recuadros con olor a incienso y dogma, como si sólo hubiera una forma (la de ellos) de vivir y querer a Sevilla.
Sevilla, ciudad de las palabras es una prueba palpable de lo que digo, de cómo las surtidas referencias de los mejores autores de la literatura nacional e internacional evidencian las muchas caras, las muchas lecturas, la trascendencia y la profundidad de Sevilla.
Pero volvamos a Concha. Como dije al principio, por primera vez, hablo de mi amiga sin poner barreras, porque en los 20 años que nos hemos estado tratando la tiranía periodística se ha impuesto en lo publicado, o eso es lo que me parece a mí, otros dirán que se me ha visto el plumero. En el último lustro en nuestras conversaciones cada vez han ido ganando espacio los temas que nada tenían que ver con Izquierda Unida y sus cansinos “debates sin límites”, a los que, no obstante, hemos sacado toda la punta que hemos podido con retratos mordaces y golpes de humor, que tanta falta hace. En más de una ocasión me he dado cuenta, después de estar hora y media colgada al teléfono con Concha, que no le había preguntado lo que pretendía y el tiempo se nos había ido en pasar revista a lo divino y lo humano.
Desde que se retiró de la primera línea de la política, Concha tiene un blog en Internet que es toda una demostración de lo que es la inteligencia poética, el buen escribir y mejor pensar, que a muchos ha dejado estupefactos. A mí no. Yo ya sabía lo bien que escribe porque me había dejado leer algunos de sus cuentos, que espero que a partir de ahora se multipliquen, y que se atreva también a saltar a la novela.
En un texto que le pidieron sobre sus vivencias durante la transición y los años previos al final de la dictadura franquista, Concha compendia en un párrafo con extraordinaria potencia evocadora y visual la metamorfosis que experimentó entonces y que puede ser la metáfora de la que afronta ahora. Habla en ese texto de que la muerte oficial de Franco fue en noviembre de 1975, pero para muchos había ocurrido años antes y para otros todavía está vivo. “En mi casa”, escribe, “Franco se murió el día en que, cuatro años atrás, con apenas catorce años, volví de estudiar en la laboral de Zaragoza vestida con una minúscula minifalda, un abrigo abierto y largo hasta los pies, y unas enormes gafas de sol en pleno invierno. Mi larga melena había desaparecido y en su lugar había un pelo cortísimo y despeinado. Ese día anunciaba problemas, según mi padre, y según confirmaron los tiempos. La dulce y aplicada hija había cambiado. ‘Es otra’, decían, y yo repetía en mi interior con secreto regocijo, ‘soy otra”.
Pues bien, aquí, en este libro, tienen (tenemos), a la otra Concha Caballero, la escritora. Espero que, como a mí, les guste incluso más que la política.

viernes, 22 de mayo de 2009

GRACIAS Y LLENO TOTAL


No tengo palabras para agradecer la presencia, la colaboración de los centenares y centenares de amigos y amigas que me acompañaron en la presentación del libro.
Muchos tuvieron que tomar un día de permiso, otros se desplazaron desde puntos muy lejanos...todas y todos hicieron un esfuerzo por estar allí, como si la presencia hablara más que las palabras. Muchos estaban sorprendidos de que el auditorio fuera tan diverso y variopinto, social y culturalmente, pero en cada uno de los asistentes había un pedazo de mi vida y de mis esperanzas.
No había solo palabras en este acto. Había sentimientos comunes, la emoción compartida de estar juntos. Una apasionada Rosario Valpuesta, maestra de la vida y de las esperanzas de las mujeres y los desfavorecidos e Isabel Pedrote, una maestra del arte de la palabra, y de la bondad, les pusieron la letra. Próximamente colgaré sus intervenciones, así como un decálogo sobre el Sur, que muchos me habéis pedido.
Muchas veces me han preguntado en este duro año de transición cómo era posible que pareciera feliz y que apenas asomara dolor alguno. El acto de ayer es la verdadera explicación. No ha habido un solo día de soledad. No es verdad que el teléfono deje de sonar cuando abandonas el cargo público...solo que suena más sincero, más próximo. A todos y a todas los que me habéis dado aliento y esperanza: mil gracias.