sábado, 6 de junio de 2009

La demofobia cultural



Francisco Garrido

A propósito del reciente libro de Concha Caballero ( “Sevilla Ciudad de las palabras”), que recomiendo a toda persona interesada por la cultura andaluza , amante de la literatura y a todos y todas a las que les guste el gusto; creo que es necesario analizar el auge de una fuerte tendencia demofóbica contra la cultura popular andaluza. En este libro de Concha Caballero y por “mano interfecta” de otros textos literarios (esta es la forma más elegante de expresar las opiniones muy sentidas) se apunta una teoría de la cultura andaluza que creo de una validez y brillantes inusuales. El libro de Concha Caballero es una fenomenología tan alejada de la metafísica esencialista de lo andaluz como del desprecio y la ignorancia de las supuestas élites ilustradas. Contrasta esta visión de Andalucía, con mucho de lo que se dice y escribe en la opinión publicada andaluza y española, donde bajo una supuesta carga crítica se esconde un discurso cargado no sólo de tópicos sino de falsedades y manipulaciones.
Casi todas estas visiones “críticas” de Andalucía insisten y coinciden en un ataque permanente al fabuloso capital simbólico (rituales colectivos, fiestas, expresiones artísticas tradicionales etc) de nuestra tierra. La tesis central es la siguiente: “Aquí no se investiga, no se innova o se tiene una baja tasa de productividad, por que estamos ensimismados en unos rituales simbólicos colectivos que lo impiden”. Esta es una opinión muy extendida, y sospechosamente también muy publicada, entre los “homo academicus” , las gentes de la “Gran Cultura” y los medios de comunicación supuestamente ilustrados. Esta reacción dentro de estos grupos sociales es comprensible como un ataque de celos ante la falta de protagonismo de clase que les correspondería frente al protagonismo popular que estos rituales y prácticas colectivas comportan, Recomiendo leer los análisis de Pierre Bordieu sobre el enmascaramiento de las distinciones de clase como distinciones culturales (más o menos cultura) en las sociedades tardomodernas. La esencialización de esta tesis nos conduciría a la teoría de la vagancia innata del andaluz, de un racismo retrogrado, y que tanto eco tuvo en los siglos XIX y XX.
Resumiendo hay gentes que creen ( o que nos quieren hacer creer) que si disminuyera el número de hermandades del Rocío, de peñas flamencas o de chirigotas carnavalescas habría mucha más investigación en física de partículas, subiría el número de patentes en nanotecnología o todos seriamos amantes de la música dodecafónica. Como si en aquellos lugares que no tienen un capital simbólico tan rico y tan vivo como el nuestro la gente mata el tiempo libre leyendo La Crítica de Razón Pura, ensayando nuevos materiales sintéticos o discutiendo sobre las diversas metalecturas del Lezama Lima de Paradiso.
Pero lo peor no es que haya infelices (por que infelices son al tener que vivir rodeados de tanto atraso inculto) , que creen esto sino que existen otros que usan esta “Infelicidad de clase” , para difundir una demofobia , contra todo lo que huela a cultura popular andaluza . La difusión continua de estas falsas ideas demofóbicas persigue la reducción de toda diversidad cultural que no esté sometida al dictum político español o al dictum del mercado. Hoy la amenaza contra la pluralidad es mayor que nunca y el peligro de uniformización cultural, una de la formas mas radicales y severas de empobrecimiento, es algo más que una amenaza.
Pero vayamos a analizar los componentes de la tesis en cuestión. En el último ranking publicado de universidades españolas la universidad pública que ocupa el primer lugar es la universidad de Córdoba. ¿Cómo es posible que eso sea así con tanto patio de mayo y tantas peñas y peroles? Misterio…. Como misterioso es saber cómo es posible que la universidad de Granada ocupe el cuarto lugar en ese mismo ranking . Y qué me dicen del hecho que la Universidad Pablo Olavide de Sevilla detente uno de los primeros lugares en investigación en biotecnología y en neurociencias ( dos ramas de la investigación actual claramente marginales, como todos sabemos…) ¿ Pero en Sevilla hay tiempo para investigar sobre los circuitos neuronales o sobre genética con tanta fiesta?. Podría citar otros ejemplos pero me quedo con estos y con que somos pioneros mundiales en la investigación sobre energías renovables y en agricultura y producción ecológica.
En cuanto a la productividad nada tiene que ver con el capital humano. En Andalucía hay ya más estudiantes universitarios por habitante que en Cataluña. La productividad no es un problema de la formación del capital humano sino de la especialización de los sectores productivos. La productividad en factorías industriales andaluzas es la misma o superior ( FASA RENAULT, CASA , etc) a la media estatal. El problema reside en La estructura productiva andaluza .Estamos especializados en dos sectores (construcción y servicios) que implican un alto nivel de consumo de recursos y un bajísimo nivel de incorporación de innovaciones tecnológicas. En lo tocante al volumen de trabajo todas las encuestas de uso del tiempo indican que en Andalucía es una comunidad media , tirando hacia arriba, en cuanto al número de horas trabajadas. Según la Encuesta de Costes Laborales del INE la media española de “horas de trabajo efectivo” es de 136 horas , Andalucía esta en 137 por encima de Cataluña ( 135 horas ) e igual que Madrid ( 136 horas ), parece que aquí tampoco tienen mucha influencia las fiestas.
Otro indicador en el que se insiste para resaltar el atraso andaluz es en el alto índice de fracaso escolar. Pero el fracaso escolar tampoco tiene nada que ver con nuestro capital simbólico. ni con otras tonterías como eso del “déficit de la cultura del esfuerzo” como si hubiera menos esfuerzo en trabajar en la construcción o de camarero que en estudiar secundaria o una carrera universitaria. El fracaso escolar depende del nivel económico de la familla, del nivel de formación de los padres y del género, Un chaval que viva en una familia de renta baja, cuyos padres no tengan formación académica tiene muchas más probabilidades de fracaso que otro que tenga mejores condiciones. Si en Andalucía hay más fracaso escolar es por que hay más paro, más pobreza y arrastramos déficit de formación en épocas anteriores.
Por tanto, ninguno de los males descritos (sean reales o no ) obedecen a las causas culturales que el discurso demofóbico señala. ¿Cuál es entones la finalidad de este discurso que enfrenta cultura popular y progreso? Desviar la atención sobre los problemas y causas reales (la pobreza , la desigualdad, la dependencia ,la insostenibilidad) y concentrar los esfuerzos reformistas en nuestra autodestrucción como pueblo. Con ello matan dos pájaros de un tiro: desvían cualquier critica social radical (orientándola hacia falsos problemas) y desactivan formas autónomas de felicidad colectiva que no están convenientemente uniformadas y filtradas por la maquina de multitudes dispersas que es el consumo de masas.
He de aclarar que cuando hablo de intencionalidad no me refiero a ningún plan diseñado del que forman parte inconscientemente miles de personas. No, me refiero a la lógica interna de los procesos sociales que convierte algunas ideas erróneas que tienen algunos individuos en discursos sociales dominantes. La ideología neoliberal dominante selecciona, de forma cuasi automática, aquellas ideas y discursos que favorecen la expansión de su lógica interna y el cumplimiento de sus objetivos. Y esto es así independiente de cuál fuera la intencionalidad original e individual de aquellos que escriben y publican en este sentido.
Nuestras fiestas, rituales, formas artísticas , prácticas comunitarias producen felicidad para todos , son en términos económicos , un ejemplo perfecto de un “ bien público”. Y ya se sabe que piensa el neoliberalismo sobre los bienes públicos. Nuestro capital simbólico disputa , con gran vigor por cierto, el monopolio de la producción de felicidad que detenta el mercado y el consumo de masas. Y esa competencia es hoy algo que no se perdona. Por eso se alientan y se publican opiniones y actitudes demofóbicas que pretenden enfrentar cultura popular y progreso., identidad y libertad, ritos colectivos y modernidad.
¿Significa todo lo que aquí hemos dicho que no debamos ser críticos con nuestro capital simbólico? Claro que no, la crítica es la condición de posibilidad de la adaptación y el cambio de nuestras formas culturales. La forma más eficiente y honesta de defender y proteger la pervivencia de la diversidad cultural es mediante la crítica por qué solo así podemos sellar la alianza imprescindible entre continuidad y cambio que dota de sentido y de utilidad evolutiva a las identidades colectivas. Pero para que la crítica sea efectiva ha desenmascarar esta “falsa conciencia” de la supuesta crítica demofóbica . En la guerra cultural por la libertad y la diversidad los memes del pluralismo y de la cultura popular han de imponerse a los memes de la uniformidad y la demofobia.

martes, 2 de junio de 2009

Prólogo de Luis García Montero


Leer la ciudad

Baudelaire nos enseñó en sus poemas sobre París que todas las ciudades son una alegoría. Una ciudad es un paisaje sentimental que hace a sus habitantes. Luego se deshace, y deja a sus criaturas condenadas a pasear entre ausencias. Su código está marcado por la velocidad, por el tiempo fugaz que todo lo fabrica para que todo se desvanezca en el aire. Pero desvanecerse significa con frecuencia permanecer en forma de recuerdo. Por eso los caminantes urbanos recorren un doble sendero, pisan una realidad de aceras, edificios, piedras, y otra de sugerencias, ecos, borraduras, fantasmas y desapariciones. Junto a las huellas del paseante solitario pueden percibirse las sombras de otras huellas. Las ciudades no sólo se ven, sino que se leen, se interpretan, se intuyen, se conservan dentro de una mirada. Cuando leemos, hacemos que los argumentos de los libros convivan con el mundo que nos circunda. Del mismo modo, al pasear por la ciudad, conviven en los ojos de sus habitantes la evidencia del mundo exterior y el paisaje íntimo de lo desaparecido.

En el primer capítulo de este libro, Concha Caballero escribe lo siguiente: “La literatura no es historia, no es por tanto real, en el sentido estricto de la palabra, pero construye escenarios, vivencias, mitos”. En efecto, la literatura crea una mirada, da sentido a los horizontes, nace de la historia e interviene en la historia al convivir como un recuerdo íntimo o social con los paisajes. La literatura crea escenarios y acompaña a los paseantes en sus recorridos por la ciudad. Los pasos son tan alegóricos como reales. Gracias a la literatura, conocemos muchas ciudades en las que nunca hemos estado. Gracias a la literatura, la mirada sobre las ciudades que mejor conocemos se carga de historia, de profundidad, de sentido.

El libro de Concha Caballero es recomendable, inteligente y útil. En primer lugar, es la obra de una lectora apasionada, algo imprescindible cuando se trata de leer una ciudad. Los capítulos caminan sobre la historia de la literatura a través de escenas elegidas con notable acierto. El libro sobre Sevilla se convierte en una perpetua invitación a la lectura, porque nos invita a ver y recordar. Al Mutamid evoca en el exilio el jardín de su felicidad y el estanque en el que se reflejó su amor. Andrea Navagero ejerce de cortesano imperial en una ciudad renacentista especializada en celebraciones. Fernando de Herrera no puede ocultar el orgullo de pertenecer a una Andalucía ancha, rica en poesía, con sus vocablos particulares, que nadie debe reducir al lenguaje de los Condes de Carrión. Teresa de Cepeda duda de la ciudad, y teme que la Inquisición se atraviese con cualquier motivo en el corazón de sus fundaciones. Un retrato de Voltaire preside las tertulias de Pablo Olavide, el ilustrado que procura reivindicar el teatro y acabar con la superstición y las prohibiciones clericales. Blanco White siente, en su exilio de Liverpool, la tentación de escribir unas seguidillas. Pushkim recuerda en el Caúcaso un poema juvenil sobre el Guadalquivir. Los hermanos Quintero imaginan una Andalucía sin quebraduras, mientras rellenan impresos en una oficina madrileña del Ministerio de Hacienda. Juan Ramón Jiménez envidia al hortelano de la calle Ruiseñor que vigilaba la salud de sus hortensias incluso después de haberlas vendido. Romero Murube enseña el kimono que vestía García Lorca en sus visitas al Alcázar. Son escenas que nos sitúan de golpe dentro de la historia y nos invitan a recordar.

Mientras vamos conociendo la literatura de Sevilla, sentimos el deseo de leer y releer, de volver a las páginas de El diablo cojuelo de Vélez de Guevara o a los poemas nocturnos de Manuel Machado. Basta con un simple inventario, y en el libro de Concha Caballero se hace inventario, para asombrarnos ante la fuerza literaria e histórica de una ciudad que aparece y se impone en los poetas andalusíes, en la poesía de los siglos de oro, en las pesadumbres ilustradas, en los azares románticos de don Álvaro o don Juan, en las aventuras románticas de Lord Byron o Teophile Gautir, en las angustias de Dostoyevski, en los viajes de novios de la novela realista española, en el lirismo evocativo de Juan Ramón Jiménez o en muchos de sus herederos, esos jóvenes poetas, a mitad de camino entre la seriedad y la travesura perpetua, que se reunieron en una fotografía y en una ciudad para homenajear a Góngora cuando acababa el año 1927. Lo cercano suele cubrir el pasado, como el árbol primero oculta el bosque. Pero si es asombrosa la fertilísima presencia de poetas sevillanos como Gustavo Adolfo Bécquer, Antonio Machado o Luis Cernuda en la literatura española y en la educación sentimental contemporánea, asombrosa es también la presencia de Sevilla a lo largo de los siglos en la mejor cultura nacional e internacional. Lo demuestra el libro de Concha Caballero. Además, de demostrarlo, nos invita a vivirlo por dentro. Por eso es una invitación permanente a la lectura.

Concha Caballero es conocida como una de las políticas andaluzas de voz más independiente, honrada y singular. Su acercamiento a la lucha ideológica se produjo no sólo por el espectáculo que le ofrecieron las injusticias y las precariedades de la realidad, sino por su amor a los libros. Profesora de literatura, seguidora de la escuela teórica encabezada en España por Juan Carlos Rodríguez, se preocupó desde muy joven por descubrir las relaciones que se establecen entre la historia, las palabras y los sentimientos. Su educación literaria facilita que el recuerdo de los escritores sea inseparable del conocimiento de su realidad, de su historia, de su ciudad. Hablar sobre los escritores de Sevilla es hablar sobre la ciudad, indagar la elaboración de su sentido cultural, ese patrimonio de recuerdos que nos acompañan cuando caminamos por sus calles. Sevilla no es sólo un lugar, es también un sueño, una metáfora. Pero esa metáfora está llena de historia, ha sido moldeada por ojos que necesitaron entender la realidad.

La concepción ideológica de Andalucía, con Sevilla en el corazón, ha facilitado diversas lecturas que van desde las evocaciones paradisíacas hasta la descripción seca de la miseria. Los extremos marcan una Andalucía romántica, dueña de una pasión y una sensualidad que no dudan en hacerse razón de vida, y la Andalucía del hambre, arañada por las desigualdades, la soberbia fermentada de los señoritos y la indolencia campesina. Las definiciones teóricas del espíritu andaluz han abierto perspectivas para todos los gustos, pero no ha sido extraña la costumbre de evitar contradicciones, de borrar matices a la hora de elegir. Quienes buscaban el edén se sentían más cómodos al olvidar la miseria de los otros, o al tratarla como una compañera inevitable de sus propias aventuras. Quienes denunciaban los atrasos históricos y los lastres del Antiguo Régimen, no se molestaban en preguntarse por la utilidad no industrial de la belleza, la sensualidad, la lentitud y el amor por la calle.

La imagen de Sevilla y Andalucía que nos ofrece Concha Caballero no remarca al final del libro una conclusión sociológica, ni una propuesta moral. Pero se va filtrando a lo largo de sus páginas y sus escenas literarias como un sentimiento que no quiere ni puede separarse de la conciencia. Su meditación sobre la metáfora del Sur se atreve a romper los extremos, y evita la trampa de los que confunden el progreso con un desarrollismo capaz de devorar los valores humanos más profundos. Porque esos valores son tal vez ajenos a las sociedades del frío positivista y a las prisas de una mentalidad industrial controlada segundo a segundo por los relojes, pero no son incompatibles con el futuro. La atenta mirada de Concha Caballero observa la realidad, toma conciencia de las precariedades y defiende, al mismo tiempo, la ilusión de una rebeldía sensual, callejera, descarada, tan bulliciosa como lenta. Asume la intimidad del tiempo preciso que se necesita para atender a la belleza, y al amor, y a la alegría, y a la presencia de los otros. Sentir la fiesta no supone un desconocimiento del dolor. La Andalucía de Concha Caballero desconfía del productivismo deshumanizador y de la prepotencia del lujo, para mantenerse leal a un futuro compartido.

Todos los prólogos son una conversación, un diálogo entre el autor y su primer lector convencido. Este prólogo quiere, además, ser un consejo. Te aconsejo, curioso lector, que disfrutes del libro de Concha Caballero. Su inventario sevillano sirve para conocer la historia de la ciudad, para ponernos enfrente de sus metáforas y para responsabilizarnos de ellas sin dogmatismos, supersticiones o falsas promesas de pintoresquismo aguado. Es la responsabilidad propia de los buenos lectores.

Luis García Montero